La mujer serpiente by Javier Cosnava

La mujer serpiente by Javier Cosnava

autor:Javier Cosnava
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico
publicado: 2014-11-14T23:00:00+00:00


—¡Gramática, música, gimnasia y dibujo! —chilló de pronto Petámenos, el Araña, despertando a una clase que daba cabezadas sin apenas prestar atención a su profesor.

Senmontu levantó la vista de su nueva tablilla griega de cera, en la que no se había atrevido aún a dibujar un sólo símbolo. Miró a Petámenos con descaro y éste la obsequió con una media sonrisa irónica.

—Esos son los principios, querida Nicarion, del saber y la enseñanza griegas. ¿Crees que podrás recordarlos?

Pero Senmontu permaneció en silencio. Aquel mal bicho se obstinaba en llamarla por su nombre griego, y ella jamás daría su brazo a torcer.

—Vaya, vaya... esta muchacha es muy dura de mollera... ¿No creéis, alumnos? No me quiere responder porque no uso su nombre egipcio. Esta niña es una maleducada.

Todos menos Takratis se echaron a reír. Antígono, como era su costumbre, se volvió para mostrar sus carnes atocinadas, sacar una lengua rosa pálida y espetar:

—¡Egipcia! ¡Puerca Egipcia y maleducada!

Petámenos iba arrastrando sus piernas largas y torcidas hacia el otro extremo de la clase, bamboleándose como una araña de verdad, casi como sus extremidades finísimas de insecto se deslizaran por el enlosado.

—Hoy no ha venido Senai —dijo entonces el maestro—. ¿Alguien sabe la causa?

Antígono levantó una de sus gordas manazas y la movió nerviosa a derecha y a izquierda, con gran ansiedad.

—Yo lo sé, yo lo sé, señor profesor.

—¿Sí, Antígono? —concedió por fin el maestro, con una mueca de burla. Petámenos despreciaba por naturaleza a los tontos y aquel niño era, sin ninguna duda, el más tonto de todos.

—El otro día, el primero de las Fiestas de Dionisos, cuando iba hacia el pueblo desde casa de mis tíos... porque estoy allí pasando unos días, ¿sabe? Dice mi padre que estoy gordo y que debo alejarme de la pastelería o explotaré. Es que mi familia hace unos dulces tan ricos que...

—¡Prosigue con lo de Senai, por el amor de los dioses, Antígono! —le interrumpió el profesor.

—Pues eso —continuó el niño, después de tragar saliva—, que iba hacia Harmonía desde casa de mis tíos y pasé por delante de la casa de Clito, el padre de Senai, y sus esclavos estaban por todas partes, registrándolo todo, de aquí para allá. También había allí vecinos alrededor, comentando lo que había pasado.

—¿Y bien, Antígono?

—¿Y bien, señor profesor?

El Araña soltó un bufido.

—Y bien... pedazo de cretino, ¿qué demonios es lo que ha sucedido?

La cara ya de por sí sonrosada de Antígono se volvió de pronto roja como el fuego; chasqueó la lengua, ladeó la cabeza, se mordió los labios... y dijo por fin:

—Hice que mi criado detuviera mi montura y pregunté. Me aseguraron que un ladrón había entrado en la casa por la noche, dando muerte a dos criados y secuestrando durante horas a la propia Senai. Cuando llegué aún le buscaba los vecinos por los alrededores. Dicen que van a traer a un magistrado o a un policía de verdad desde Alejandría para intentar dar con ese tipo.

—Así pues, ¿no le encontraron?

—Que yo sepa no, señor profesor.

—¿Sabes si la



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